1ª Jornada:

PUNTO PARTIDA:

Fuente Dé (1.080 m.). Se sube en el teleférico hasta el Mirador del Cable (1.834 m.), que será el punto de partida.

DIFICULTAD:

Muy difícil.

DURACIÓN:

9 horas.

DESNIVEL:

800 metros .

CARTOGRAFÍA:

Adrados. Picos de Europa. Macizos Central y Oriental. Escala 1:25.000.

DESCRIPCIÓN:

En El Cable cogemos la pista que nos conduce a La Vueltona, dejando, en la Horcadina de Covarrobres, la pista principal que devola hacia los Puertos de Áliva. En plena revuelta, que envuelve el valle en que se desperdigan los Lagos de Lloroza, nos desviamos por el frecuentado camino que sube a Horcados Rojos.

En los primeros compases del ascenso, dejamos la comodidad del camino. Un gran surco que vertebra todos los lleraos de Peña Vieja, nos sirve de desganada excusa para atacar estas inmensas pendientes de pedrera. Remontamos a duras penas hacia el umbrío canalón cegado que nos reclama. Subida directa que, sin embargo, lo que realmente busca son unas viras que se cuelan en una sucesión de ceñidas canaletas en la pared de la derecha (que sólo se hacen visibles desde la lejanía con las sombras del atardecer).

El primer resalte (IIº) lo superamos con fluidez. El progreso se atasca al llegar a la segunda canaleta. Húmeda y umbría, intentamos coronarla desviándonos hacia los desplomes que la delimitan por la izquierda (sentido ascendente de la marcha). Debemos salvar la expuesta travesía (IIIº) que precede al descompuesto terreno que llega a lo alto de la canaleta.

Queda un último resalte, una chimenea de IIº por la que se alcanzan las cimeras de Peña Olvidada, en el extremo de engarce con la perfilada arista de Peña Vieja. De aquí ya podemos continuar al peñasco que hace las veces de cumbre o evitarlo por los flancos para asomarnos en los ondulados pastizales que caracterizan esta montaña cuando, por primera vez, la observamos desde Lloroza.

Destrepamos o, para ser más sinceros, rapelamos por la descrita vía normal de la montaña, para reintegrarnos a la caravana de montañeros que enfilan el camino de Horcados Rojos. Pasamos el desvío de La Canalona, siguiendo las bien dispuestas marcas del pequeño recorrido del Parque Nacional del que venimos disfrutando. Un largo y cómodo flanqueo por los lleraos de la Torre de los Horcados Rojos termina en la collada en que se vuelve a desdoblar el ya sendero de alta montaña.

A la derecha siguen las marcas hacia Horcados Rojos; nosotros, en cambio, seguimos la indicación al refugio de Cabaña Verónica, resplandeciente cúpula metálica encaramada en lo alto de una loma lapiaz.

No es necesario llegar al refugio, sino que uno de los senderos sube directo a una horcadita a su derecha, en lo alto del laberíntica entramado de llombas calizas que cierran estos despeñaderos de ExaminacorizasTomamos dirección Oeste, disfrutando por la boca de los Horcados Rojos del guiño cómplice que nos regala el Naranjo de Bulnes, desde su esbelta cara Sudoeste. Guiados por la línea de alomados crestones, nos dejamos caer al final por el costado derecho, una vez que intuimos la depresión lunar de los Hoyos Engros.

Es esta hundida planicie la que tenemos que bordear, aprovechando llambrias, pedreras y viras naturales que faldean los faldones del Tesorero, vértice natural en que se dan la mano las tres provincias gestoras de los Picos de Europa.

En el otro extremo del cuenco de los Hoyos Engros quedan las finas gravillas de la Collada Blanca, boca de paso a las masas microglaciares del Hoyo del Trasllambrión. Las dos montañas que se alzan a ambos lados de la collada son la Torreblanca y todo el conjunto del Tesorero.

Habiendo olvidado los apuros de Peña Olvidada, y atraídos por el atrevimiento de la ignorancia, abandonamos el jitado rastro que se interna en ese umbrío circo glaciar, para coronar la cima de la Torreblanca.

En esta montaña, que ya se eleva por encima de la barrera de los dos mil seiscientos metros, se inicia una afilada cresta que, delimitando el Hoyo del Trasllambrión por el Sur, pende en equilibrio sobre las dentadas torres que se erigen en las más altas picas de los Picos de Europa, con permiso de Torre Cerredo.

Por la vertiente que mira a este punto cardinal que nos señala el sol de mediodía, esta regia alineación crea una formidable barrera natural que envuelve el Lago Cimero, apenas una lágrima de agua celeste que humedece las profundidades de un escondido jou.

Engañados por la belleza de estos riscos que sustentan el techo de Los Picos, enfocamos la –en apariencia– asequible crestería que nos conduce al Llambrión. Pronto la montaña se quita su hermosa máscara y nos da un primer aviso. Un inesperado pináculo interrumpe la cresta. La sencillez (IIº) se torna angustia cuando el vacío se abre a nuestros pies. La trampa ha caído sobre los pobres incautos. Enseguida llegamos al primer corte de la arista, se acabaron las bromas.

Por el costado del Hoyo del Trasllambrión podemos forzar el destrepe. Caemos por un estrecho embudo a una terraza en que convergemos con la vía normal a la Torre Sin Nombre. Trepando unos metros, alcanzamos una breve travesía por la que ganar la terraza (reunión para aquellos que suben encordados) de la que arrancan las viras de salida. La trepada a la Torre Sin Nombre por el flanco Norte de la montaña, aunque catalogada como poco difícil, nos hace dudar si el tintineo de nuestros dientes procede de la fresca sombra que se apodera de estas caras de la montaña o, si por el contrario, se debe a algo parecido al pánico de haber olvidado lo que es la tierra firme.

La cima de la Torre Sin Nombre nos regala un doble filo, ligeramente tumbado por el lado del Lago Cimero. Sentados en este plano inclinado que cuelga sobre la nada, dejamos que los rayos del sol recalienten nuestros ateridos cuerpos. Queremos seguir hacia Tiro Tirso y ya no hay margen para la duda. Una cuerda que cuelga sobre el vacío nos espera.

El rápel es apenas el aperitivo de lo que nos queda. Si nos fiamos de las reseñas de otros montañeros, nos enfrentamos a una travesía de IVº bastante expuesta. Coronar el Tiro Tirso es volver a terreno conocido. No perdemos de vista el Lago Cimero, más para confundir nuestros pensamientos que por el simple hecho de mirar un rincón que nos llame ya la atención. Bajar de esta nueva montaña nos devuelve a la seguridad del segundo grado, pero el abismo no deja de recordarnos que un solo soplo suyo nos convierte en patosas marionetas enredadas entre apoyos y presas.

En la brecha que separa el Tiro Tirso del Llambrión ya podríamos desplazarnos hasta enlazar con una de las vías normales de esta torre. Pero la estupidez ya nos ha atenazado la razón y elegimos una ruta más directa. Nos habían comentado que se puede coger una preciosa chimenea por la que trepar hasta la segunda altura de los Picos de Europa, la Torre del Llambrión. Claro, que quizás sea tarde para descubrir que hemos vuelto a caer en la trampa. Un muro nos cierra el paso hacia la cima, y los peores augurios anuncian que se trata de un paso de Vº. Sólo nos queda una esperanza, cual es lo mal que catalogan las vías algunos montañeros.

Hace muchos años reinaba en este fiel vasallo de Cerredo una imagen de gran tamaño de la Virgen de Corona, quizás al poner el pie sobre el Llambrión volvamos a sentir su presencia; aunque sea únicamente la imaginación la que nos devuelva a la contemplación de la Patrona de Valdeón.

La Torre del Llambrión es el último de los escollos de la jornada. Dejamos que las sombras de la tarde iluminen los caminos de la peña, mientras discutimos la ruta de descenso a ese nido de torpes águilas que la naturaleza ha ideado en Collao Jermoso.

Tiro Callejo o la vía normal a la Torre de las Minas de Carbón, cualquier alternativa es buena con tal de que no decaiga nuestra atención. La dificultad prácticamente ha pasado, pero la seguridad no retornará hasta que nuestros molidos huesos caigan derrotados en el saco, tapados con la cálida brisa que aún exhala un sol llameante que quema los horizontes de Valdeón.

La alternativa más sencilla es:

DIFICULTAD:

Fácil.

DURACIÓN:

4 horas.

DESNIVEL:

500 metros.

DESCRIPCIÓN:

Aparte de aquellos que se decidan por moderar la dificultad de la ruta anterior, limitando las ascensiones a la Torreblanca y al Llambrión, cabe una alternativa asequible a los más perezosos.

Se coge en la estación del Cable la misma pista de La Vueltona antes señalada, para dejarla a los pocos metros. En la revuelta en que se dobla hacia la Horcadina de Covarrobres (cruce con la pista que sube desde los Puertos de Áliva), nos dejamos caer a la izquierda, entre restos de antiguas construcciones, lomeando entre las depresiones de Lloroza y el embudo de La Jenduda.

Al otro lado entra el muriado Camino de los Burros en los flancos de la Canal de San Luis, evidente vaguada de pedriza que remonta por un costado del solitario torreón del Pico San Carlos.

El camino no remonta por toda la canal, sino que en su intermedio traza un quiebro engañoso. Escapa de la canal por una vaguada secundaria de pradera, para girar enseguida a la derecha (sigue un pisado sendero de frente que llama a confusión), retornando a la parte alta de la canal entre pedrizas y llambrias.

Sin llegar al jou de alimentación de la canal, entre cortes de lapiaz, trata de encaramarse a una loma por la que trepa hasta la Colladina de las Nieves. La collada es casi una inmensa planicie desde la que ya podemos contemplar las Peñas Cifuentes, línea de torres que cierran la Canal de Asotín y su cuenca de cabecera, la Vega de Liordes.

En el extremo de la comba de la Colladina de las Nieves se forma el morro de La Padierna, peña que corta a pico sobre la Canal del Embudo, por el que se cuelan los zigzagueantes Tornos de Liordes.

Devolamos la collada para descender por la vertiente contraria. El sendero va buscando el corte del farallón que corta sobre la cabecera de La Sotín. Sigue la meseta por la línea de fractura, hasta doblar por una vira el cabezo que interrumpe el uniforme plano de torcas y llambrias. Por su costado izquierdo convergemos con el camino normal que se encamina al refugio de Collao Jermoso.

La caída al camino se produce en un recodo de transición entre las peñas del antiguo Sedo de La Padierna, un mal paso que las obras de construcción del refugio de Collao Jermoso terminaron por convertir en un camino turístico. Bajo el corte, en dirección a la boca de la Canal de Asotín, por la que se cuela la belleza de Peña Santa de Castilla, en un valle cegado, paralelo a la vaguada troncal de la citada canal, reflejan los destellos de un alargado lago, que dicen en llamar Bajero, en contraposición a su más rechoncho hermano Lago Cimero.

Atravesamos la peña por la línea de falla por unos corredores naturales debidamente acondicionados para el paso de los animales de carga. Un terreno ondulante que se encamina a la base de la formidable muralla rocosa que forman los techos de los Urrieles, el Llambrión y su corte, en cuyos dentados abismos sufren nuestros compañeros.

En el flanco izquierdo de esta sucesión de torreones, se forma una repetición de colladas por las que traspone el sendero del refugio. Para encaramarse en Las Colladinas serpentea la vereda por una enorme cuesta de pradera, en los lindes de los lleraos del Tiro Tirso y del Llambrión.

No alcanzamos a ver, sin embargo, el Lago Cimero, pese a estar al lado mismo de su cubeta. Antes de afrontar la ascensión de este verdadero muro vegetal, si nos desviamos por las romas morrenas de la derecha, asomaremos sobre el corte de llambria que cierra el jou en que se empoza el lago.

Coronada la primera collada de la ondulada franja asentada en los farallones de la Torre de las Minas de Carbón, en pleno corte sobre las profundidades de Asotín, no tenemos nada más que dejarnos conducir por el terreno.

No hay horizonte, sólo una collada tras otra, majestuosas torres, imposibles paredes y embudos que saltan sobre la vertical. Alta montaña en estado puro tras la que se oculta la tierra prometida, el Collao Jermoso. Este pastizal cuelga sobre la nada, amenazado por la aparente firmeza del pináculo de Peñalba. Llomba de contrastes, oasis en el desierto calizo de Los Urrieles donde comparten espacio, que no vivencias, los amantes de compartir la fugaz puesta de sol con los inquietos rebecos y quienes se contentan con una tranquila velada frente a la espuma de una fría caña de cerveza. Unos pasaran la vigilia intentando descubrir constelaciones y estrellas fugaces entre bostezo y bostezo, mientras los otros protestaran de las incomodidades y malos vecinos de techo.

2ª Jornada:

DIFICULTAD:

Muy alta.

DURACIÓN:

8 horas.

DESNIVEL:

600 metros (Collao Jermoso - Torre de la Palanca) + 300 metros (Caín - Posada de Valdeón) en ascenso y 2.000 metros en descenso.

DESCRIPCIÓN:

Tras el desayuno compartido en el refugio de Collao Jermoso, volvemos a remontar hacia el Hoyo del Llambrión, cerrado anfiteatro de torcas de nieve, lleraos y lapiaces al amparo de las torres del Llambrión y La Palanca.

Sobre la franja en que se sustenta esta cubeta, se bifurcan las trochas de estas dos montañas troncales de la cantabria. Remamos entre las pedrizas alomadas de la izquierda, hacia las paredes de Peñalba y línea de pináculos vasallos. Una vez que se ha ganado bastante altura giramos a la derecha, paralelos a la cuerda del crestón, entrando por las viras y canaletas que penden de los flancos de la llombona de la Torre de La Palanca. Coronada su cimera no tenemos más que seguir este canto cortado a pico sobre una infinita pared de prietos estratos. Esta montaña es otro de los colosos que rebasa la barrera de los 2.600 m. Hermana de la Torre del Llambrión, de la que apenas la separa la brecha del Tiro Llastrio y sus estribaciones, se conecta visualmente al rey de los Picos, la Torre de Cerredo, entre las que se interponen los hundidos Hoyos Grandes. No se oculta tampoco el símbolo de Los Urrieles, el Naranjo de Bulnes, de altura modesta entre tanto coloso, pero que busca las horcadas y depresiones de este caos de picos y crestas para hacerse hueco entre los hermanos mayores.

Es también La Palanca señora de Valdeón, pues desde las alturas domina todo el valle de cierre del Parque Nacional de los Picos de Europa. Bosque y caliza, vida y desierto, conjugados en una ascensión asequible y gratificante.

Menos dispuesta se muestra la Torre de La Celada, en la otra esquina de la cimera de La Palanca y que emerge como estilizada pirámide sobre las cabeceras de Moeño. La Celada se ataca por su flanco izquierdo, cara que mira a la placidez de un valle sólo alterado por el ritmo turístico del estío. Una colgada canga de pedrera nos deja frente a una placa de llambria compacta. El paso se puede afrontar por la más asequible acanaladura de la derecha, más pensando en el descenso que por la dificultad objetiva del paso en sí (IIº).

Devolamos el canto final de la trepada (cresta secundaria de la arista somital), para pasar a unas canaletas de piedra suelta que penden sobre El Pamparroso, sucesión de gradas que alimentan un nevero permanente, puerta de entrada al Camín de los Caínos. Son dos las canales que convergen en la escupidera sin fondo. Un flanqueo en llambria nos permite enlazar la una con la otra para encaramarnos en la arista cimera, en los pasos previos a la cumbre (IIº). Esta cima es un complemento a la anterior, pues domina visualmente toda la vertiente que mira a los desfiladeros del Cares. Es la belleza de cierre de La Canal de Moeño y balcón sinfín sobre el Cornión.

Regresamos a la loma que conecta esta torre con La Palanca, para salir a terreno abierto donde iniciar el descenso hacia el Hoyo Grande Bajero. Esta falda de la montaña presenta dos tramos bien definidos. La primera parte de la bajada aprovecha una ladera muy abierta. Llega hasta un jito de grandes dimensiones, casi parece un lugar de oración tibetano. A partir de aquí, la falda se precipita sobre el Hoyo Grande. Tenemos que ir buscando el terreno más favorable entre pronunciadas acanaladuras que cortan en desiguales saltos sobre el profundo jou.

Los Hoyos Grandes (Cimero y Bajero) son la cubeta glaciar que alimentaba la lengua de nieve y hielo que fue modelando lo que hoy es la Canal de Dobresengos, que se abre camino entre todo el sector de Torrecerredo y una más modesta alineación de cumbres descendentes que nos separa de la Canal de Moeño. Estas hoyadas recibían a su vez la lengua alimentada en el Hoyo del Trasllambrión y que giraba en la depresión de la Collada Blanca, por la que devolaba a la otra cuenca de los Hoyos Engro.

Nosotros bajamos directos al Hoyo Grande Bajero, alargada planicie de campera que se ciñe entre los contrafuertes de la Torre Bermeja (apéndice de Torrecerredo) y la Torre de las Puertas de Moeño. Por la boca del jou, entramos al mundo de Dobresengos. La forma aborregada de las lomas lapiaces delata su pasado de lecho de una lengua glaciar. Enfrente el sol ilumina todo el costado del Cornión, con las marcadas quebradas que se precipitan sobre el Cares. La Garganta Divina, el espectacular desfiladero arañado a la peña por este río, discurre a nuestros pies, a un kilómetro y medio en línea vertical.

La cabecera de la canal, de descomunal amplitud, aunque jitada, no tiene su sendero bien definido. Nos vamos tirando hacia la izquierda entre llambrias y pastizal de alta montaña. Alcanzamos el linde de los lleraos para coger la ladera por la que descendemos a un redondel de ruinas abrigadas al amparo de un cabezo calcáreo.

Salimos de este rellano pastoril por la izquierda del porro que lo cierra, por el rastro de una vereda que enseguida marca su terrosa traza por laderas más montunas. La Canal de Dobresengos queda cegada en un desplomado circo. Para salvar los despeñaderos que forman este anfiteatro, dejamos que el camino nos vaya desviando hacia el lado izquierdo de la canal. Dentro de la pequeña mancha de hayedo en que se interna, se esconde el vertiginoso, umbrío y estrecho canalón que comunica con el circo inferior de la canal (puede bajarse también por el canto que cierra la parte alta del canalón, para caer a éste algo más abajo gracias a un fácil destrepe).

Escapamos del circo flanqueando las laderas de la margen derecha del regón. Pronto cruzamos la incipiente riega, para abandonar sus torrenteras, en marcado faldeo hacia el Collao Torno. Pasada esta collada de roma ondulación lapiaz, donde apenas se conservan restos de viejas construcciones, encontramos un bebedero en que saciar una sed alimentada por este horno en que el sol del estío convierte una canal prohibida a la más ligera brisa.

El rugiente Cares ya no se encuentra muy lejos. Al lado mismo está el desvío hacia el Sedo Mabro, dejando la vereda que retorna al lecho de la riega, a mecer en el Cares en el lugar de Casielles.

A media ladera nuestra variante nos lleva al Canto Mabro. Este crestón ciega las entrañas del Cares, siendo la puerta de entrada a la Garganta Divina. Entre ésta y la llamada Hoz del Cares queda un hundido vergel de huertas y praderías, en la confluencia de las Canales de Arzón (rama secundaria de Moeño) y Mesones (en el reino de las Peñas Santas). En este recóndito rincón, perdido en el corazón de los Picos de Europa, se ha ido estableciendo durante años el núcleo habitable de Caín, y su barrio de Caín de Arriba en el remanso de Mesones.

Un salto sobre las cortadas del Canto Mabro, entre las retorcidas vueltas del Sedo Mabro, nos deposita en los lleraos donde nuestra vereda se va fusionando con el camino que viene de Casielles, el sendero de Las Vacas para bajar de Dobresengos y el atajo de la majada de Moeño por la Canal de Arzón.

Caín, un pueblo de pastores que no mueren, sino que se despeñan, es apenas un recuerdo de lo que fue. El ancestral pueblo incomunicado entre los más agrestes escarpes de nuestras montañas, florece cada verano con las hordas de turistas que arrastra el tortuoso curso del alto Cares.

Sólo nos queda remar contracorriente, de espaldas a uno de los principales reclamos del Parque Nacional, siguiendo la carretera que horada la Hoz de Caín. Podemos combinar el asfalto con los tramos del viejo camino carretero que se conserva intermitentemente por los invernales de Corona, la necrópolis medieval de Barrejo o por el Mirador del Tombo.

La silueta del rebeco, encaramado en lo alto del mirador, nos anuncia unos metros de asfalto, antes de coger, en pleno tramo recto en el largo rodeo hacia Cordiñanes, el Camino del Bustio. Arranca este camino directo entre las fincas, para girar enseguida y afrontar la ya cansada travesía hacia la capital del valle, Posada de Valdeón.

La alternativa más sencilla es:

DIFICULTAD:

Media / Alta.

DURACIÓN:

4 horas 30 minutos.

DESNIVEL:

1.100 metros en descenso.

DESCRIPCIÓN:

El Argayo Congosto es el cegado embudo por el que se precipita el sendero de descenso del Collao Jermoso. Recibe en cascada el agua sobrante de la fuente que alimenta al refugio. Resume en un corto espacio toda la agresividad de la alta montaña de los Picos de Europa. Un terreno escarpado de pedrera, llambrias y pasos de trepada (destrepada) que nos inician en el segundo grado.

No es ésta la mejor opción para montañeros de corte predominantemente senderista, aunque sí es la alternativa más directa de descenso a Cordiñanes. Para estos montañeros, lo más recomendable es retornar por el mismo camino del día anterior, siguiéndolo hasta su aparente final. Nada más bajar del Sedo de La Padierna (las voladuras han convertido el paso en un simple camino tallado en la roca), el camino se difumina en la campera de una llana collada, a caballo de la hondonada de Liordes y de la cabecera de la Canal de Asotín.

No hay más que dejarse conducir por la boca que se cuela entre el Macizo Central y su apéndice de las Peñas Cifuentes, en sentido contrario al que se traía. La vaguada guía nuestros pasos, con un solo punto conflictivo, en que un valle lateral se desgaja del principal. El camino principal remonta un corto repecho para seguir por el lecho de la canal, aunque la opción de la derecha es igualmente válida, se trata del valle un cuyo fondo se conserva el poco profundo Lago Bajero. Eso sí, nada más pasar el lago, se debe remontar la morrena de la izquierda para volver a pasar al camino principal de la Canal de Asotín.

La ruta del Argayo Congosto es la normal de ascenso / descenso cuando se toma Valdeón como referencia. Todo el trayecto se encuentra señalizado como uno de los pequeños recorridos del parque. Sólo es desaconsejable para aquellas personas con excesivo miedo a la altura, pues, aunque el Argayo Congosto tiene pasos técnicos de trepada (IIº), es asequible a casi todo el mundo.

El canalón hacia el que vierte el refugio está cegado, así que hay que salirse del mismo en el primer tercio del descenso. El sendero remonta un canto para entrar en las Traviesas del Congostu. Una larga travesía por la base del torreón del Collao Jermoso conduce hasta el Collao Solano, donde el camino gira para descolgarse sobre la plana Vega de Asotín.

En la vega confluye esta ruta con la reseñada anteriormente por la Canal de Asotín. También se puede caer directamente (desde las Traviesas de Congostu) a la hondonada de pastizal por la Canal Honda, un embudo natural ceñido entre paredes que entuba todas las escorrentías de las traviesas.

Seguimos canal abajo, guiados por el surco de un argayo que se pierde en el bosque. En el Hayedo de Asotín el sendero empieza a desviarse marcadamente a la izquierda, buscando el lado opuesto de la canal. Es en este costado de Asotín donde la canal recobra su faz más escarpada. Entre llambrias y pasos tallados el camino se dirige a La Rienda, un paso tallado en la roca por el que escapamos de Asotín, colgados en los abismos de Cordiñanes.

Los más miedosos e inteligentes tienen otra sencilla alternativa, aunque carente de señalización. En la misma entrada al Hayedo de Asotín, dejándonos llevar por el terreno como el tremendo surco de escorrentía, tiramos de frente, ignorando un aspa de dirección equivocada. Descendemos por todo el lateral derecho del bosque, por una vereda que se cuela entre los finos retoños de haya.

Salimos del hayedo por este costado de la canal. Una senda continúa el descenso por terreno montuno más abierto. Cuando ceden las peñas que cierran los bajíos de Asotín por la derecha, el sendero se desvía suavemente hacia este lado. Se confunde en la umbría de un boscaje arbustivo, pero manteniendo la tendencia, se pasa a terreno más abierto, sobre una solitaria y bonita aguja. En la hoyada que se forma a sus pies, se coge la caja de un viejo camino minero que ya nos conduce sin pérdida, convertido en pista al final, a la necrópolis medieval de Barrejo.

Al otro lado del Cares, enlazamos con el camino antiguo de Caín, por el que remontaremos hasta el Mirador del Tombo. Esta ruta ya es coincidente con la que traen los compañeros que vienen de Dobresengos.

También los que bajaron por La Rienda pueden bajar hasta este mirador para enlazar con el Camino del Bustio, o ir directos a Posada por la carretera.