PUNTO PARTIDA:
Área de aparcamiento de Bujerrera, en el entorno de los Lagos de Covadonga (1.070 metros).
DIFICULTAD:
Alta.
DURACIÓN:
9 horas.
DESNIVEL:
1.000 metros .
CARTOGRAFÍA:
Adrados Picos de Europa, Macizo Occidental ó Cornión, escala 1:25.000.
DESCRIPCIÓN:
Con la nueva ordenación del Parque Nacional de los Picos de Europa los autobuses se desvían al área de aparcamiento de Bujerrera, un terraplén levantado en la confluencia de las vaguadas de desagüe de La Tiese y del Lago Enol.
No nos queda más remedio que seguir el itinerario turístico por el Centro de Recepción del Parque y por el parque temático de las minas de Bujerrera para remontar hasta el antiguo aparcamiento de La Tiese, frente al Lago Ercina. Un corto paseo para desperezarse y que culmina con la inmejorable postal que el Cornión ofrece al enmarcar la mancha fluvial del Ercina. Fochas y patos dan una nota de color, sobre todo los patos, al ecosistema de pastizal de alta montaña en el que nos encontramos.
Bordeando el lago por la derecha, se llega al muro de contención que ha garantizado la pervivencia del Ercina hasta nuestros días. Cabalgados en el muro atravesamos toda la llamarga que esconde el sumidero del lago, para entrar en la umbría canal del otro lado. El camino busca las laderas de la izquierda, evitando el húmedo lecho del tortuoso y reseco regón que se cuela por esta brecha de la peña.
Esconde este canalón un diminuto valle. Por el centro surcan los meandros de una riega que apenas salpica unas pozas de agua. En un rincón, al abrigo de una peña, crece un puñado de árboles entre los que se resguardan las ruinas de la majada de La Canaleta.
Al otro lado del valle, giramos a la izquierda, remontando el curso del riachuelo. Sin empozarse en su mismo lecho, a media ladera, asciende un viejo camino pastortil. Se desvanece en las zonas de pradera, reapareciendo intermitentemente en las ceñiduras de la abierta vaguada.
Amplio, empedrado y señorial, traza sus últimos tornos antes de coronar la collada cimera, por la que se devola a un valle más amplio, de ondulaciones, llamargas y sumideros.
Un sendero avanza por la inclinada pradera, hacia la Vega’L Paré. El topónimo es una descripción precisa del lugar, aunque parece pasar por alto la solitaria cabaña que se deja a la vera del sendero, protegida por la sombra del fresno.
Es apenas un apunte, en este valle que se proyecta hacia el Canto Ceñal, peña solitaria y cortada a tajo sobre el tremedal que parecen apuntar las curvas de nivel de nuestro mapa.
Las Tremas de Ceñal es la salida natural de nuestro valle. En esta anegada planicie de pastizal se desdoblan las principales rutas de este sector del Cornión. Divergencia aparente, pues en este Macizo los senderos se separan, se cruzan, se enlazan y entrelazan como los finos hilos de una tela de araña. Para escapar de la trampa lo mejor es buscar el hilo principal e ir tirando de él en dirección a los altos pastos de Aliseda.
Bordeando el tremedal por el Oeste, por momentos descubrimos un camino que se tira a las rocas que delimitan este lateral de la hondonada. Breves tiradas por los recovecos de la roca, para volver a caer a la orilla del llamargal. Algo más adelante, ya sale el sendero definitivo, una senda de tierra que corta la ladera en diagonal, buscando la alta collada por la que se entra en la majada de Tolleyu, tras la que despuntan torres como la Altiquera (Traviesos) o Peña Santa (de Enol).
La falsa collada de entrada en la majada no es sino la cabecera de un embudo que se abre hacia el tremedal. Las cabañas se esparcen por una ondulada campera. Mantenemos la dirección, pero vamos cortando con tendencia hacia la derecha, hacia la peña que cierra la majada por este lado, evitando dejarnos conducir por la evidente vaguada que complementa la vega.
Se pasa a una segunda campera, más llana y recogida. Un sendero de tierra invita a subir a la collada de la derecha, pero seguimos de frente. Se retoma el sendero que se pega a la peña, antes de buscar el punto débil y encaramarse en lo alto de la misma.
La senda salta a la derecha, para entrar en un ceñido pasillo, que ya nos conduce hacia el valle por el que tenemos que remontar. Esta vasta vaguada no es más que una alargada depresión que se forma entre las estribaciones de La Muda y todo el cordal que baja delimitando el canalón del Resecu. Apunta prácticamente en dirección Sur, siempre fija en la piramidal Torre de la Altiquera (Los Traviesos).
El pasillo nos deja en una recogida campera, que se atraviesa manteniendo siempre la misma dirección. Al otro lado, la vereda evita una torca insuficientemente cercada.
Más adelante nos encaramamos en una llambria, por la que discurre un hilo de agua, es el sobrante de la fuente que encontraremos en el rellano de arriba.
Sigue el sendero remontando un corto repecho, para entrar en una vaguada que nos tira hacia la izquierda. Un escorzo que pronto corrige para entrar en las Camperas de Jaces. Se trata de una alargada banda de pasto, que se proyecta cuesta arriba, hacia las antecimas de La Muda. Simplemente la cortamos, sin perder nunca nuestro continuo avanzar hacia el Sur. Enseguida perdemos el fondo de la vaguada, para remontar en diagonal por la ladera de la derecha. Entramos en una zona algo caótica, un laberinto con un mismo final en el Cuevu Oscuru. Esta pequeña oquedad, en un rincón de la peña, es una importante encrucijada de caminos. No nos detenemos en reseñar las distintas variantes, pues tenemos los ojos puestos en Las Carreteras.
Pasamos por la cuenye que se forma a la derecha del covacho, girando inmediatamente a la izquierda (Este). A unos metros encontramos un bebedero de reciente construcción. Mantenemos la dirección, evitando el sendero que remonta a nuestra derecha, por una apuntada valleja. Pronto nuestra vereda entra en una zona de llastras, que aparentan la forma de una amplia caja de camino carretero, que se conoce con el nombre de las Carreteras.
Las Carreteras ascienden cortando en diagonal las laderas sureñas de La Muda, entrando encauzadas en la amplia Collada Jermosa que separa esta masa montuna del Joulagua de Cangas. Peña Santa y la Altiquera ya empiezan a mostrar unas proporciones más acordes a su importancia, y aparecen escoltadas de todas las afamadas torres del entorno. La collada es, a su vez, una ventana abierta a las vegas de la banda media de esta Montaña de Covadonga.
Por toda la cuerda de la collada va una trinchera natural, que nos deja casi en la misma cima del Joulagua de Cangas. Modesta cima de lapiaces que envuelve, con su homónimo el Joulagua de Onís, el Jou del Agua, donde aún se conserva una pequeña charca.
Por toda la línea de llambria descendemos unos metros hacia la collada que separa ambas cumbres hermanas, con la vista puesta en los agresivos Urrieles y en la cumbre amesetada del Cuvicente, nuestro primer objetivo del día. Pues el Joulagua apenas es una maravillosa puerta de entrada a los altos puertos del Cornión.
Situados entre los dos Joulaguas, retomamos rumbo Sur, por los lapiaces del Jou de la Aldea. Pronto buscamos las veredas que cortan hacia el Sudoeste, entrando en diagonal por el terreno más favorable en la Vega la Llastria, una campera inclinada y acosada por las humedades y las pulverizadas llastrias.
De nuevo rumbo Sur, evitando un jou por la izquierda, para entrar en el Jou la Barrera, acanaladura de paso hacia la Vega de Aliseda.
Caemos en la vega por el lugar de la antigua fuente, que intenta aflorar entre los bloques que un día la sepultaron. La vega es una copia de las Camperas de Jaces, pero a tamaño real. Es una banda de ondulados pastos, que se extiende desde las atormentadas faldas del Conjurtao, piramidal cumbre de babero blanco, hasta los canalones que vierten hacia Vega Seca, antesala de Ario. Dentro de las grandes torres del Cornión, cobran especial protagonismo la mole de los Cabrones y la Punta Gregoriana, que se despeñan sobre la marcada horcada de Juan González, y la más aislada torre de la Verdilluenga.
Seguimos la invitación de la vega, que nos conduce en dirección Este. Cede el pasto a la peña, pero no pierde esa condición de falla natural que corta este faldón del Cornión. Choca contra el Gustuteru, girando en un cegado canalón que se ciñe a nuestra izquierda. Es el momento de abandonar tan sencilla orientación, remontando unos metros para doblar por la collada de la derecha de este pequeño peñasco.
Por la izquierda de otro pequeño cuenco de pasto alcanzamos otra Collada Jermosa, desde la que divisamos las cabezas de Ario. Un pequeño escorzo al Sur, nos permite evitar las acanaladuras que conducen a un laberinto de microrrelieves por donde, sin niebla, se llega a la Vega de Ario (con niebla se llega a la desesperación). Este pequeño desplazamiento al Sur, nos mete en unas abiertas laderas de grueso pasto y pardas llastras, que faldeamos en su totalidad hasta sorprendemos ante la gélida umbría de la torca del La Jayada.
Doblamos por la breve cuesta lateral de la enorme boca. Sobre nosotros emerge la mole del Cuvicente, del que se desgaja la aguja de La Celada. Avanzamos hacia sus paredes, evitando por la derecha otra torca y apurando un par de llambrias. Enseguida otro falso canalón de pedrera nos va desplazando hacia la derecha, hasta depositarnos, mansamente en la Boca del Joón.
Nuevamente nos remitimos a la toponimia para ahorrarnos una descripción, pues nada mejor que la terminación en “on”, para definir semejante depresión. Las dos montañas gemelas de Peña Blanca y la Robliza, son las reinas en un circo cercado por la Verdilluenga y las estribaciones de Los Cabrones. La Robliza se muestra más compacta, frente al agobiante faldón de la más estilizada cresta cimera de Peña Blanca.
Iniciamos el ascenso al Cuvicente por las herbosas laderas de la Boca del Joón. Pronto las calizas de Picos empiezan a ganar la partida, en cuanto arrancamos la perfecta diagonal que nos lleva a cortar la aguja de La Celada, para encaramarnos en la collada que desgaja este apéndice de la mole madre del Cuvicente. Este asomo inesperado nos pone en aviso de la situación en que nos encontramos. Las cortadas que el Cuvicente venía proyectando sobre la umbría vertiente Norte, son apenas un aperitivo de las miradas de esta montaña hacia Caín. El Macizo Central pasa a ser el gran protagonista de nuestra marcha, un bloque de cúpulas infinitas que irrumpen desde el Cares hacia las nubes que sustentan el cielo.
Queda un tramo de ascenso, que nos devuelve a las colgadas pandas herbosas de la vertiente Norte del Cuvicente. La subida, aunque empinada, no rebasa del Iº (Fácil). Por pasos de los rebecos buscamos encaramarnos a la arista que conduce a la cumbre.
El Cuvicente es la última montaña de dos mil metros de esta cuerda troncal del Cornión, línea de cumbre que forma el abanico calcáreo que enmarca las panorámicas del Lago Ercina. Por el Norte se proyectan los microrrelieves del faldón cantábrico del Cornión, cuyo costado queda marcado por una recogida vega que dan en llamar Vega de Ario. Recorren nuestra espalda los vientos que se elevan desde el mismo Caín, térmicas que aprovechan los buitres que sobrevuelan nuestras cabezas. Cortadas castellanas que ejemplifican la bravura del Cares, la línea divisoria entre las más atormentadas calizas de un Parque Nacional. La mirada del Cuvicente hacia los sobrecogedores nombres de Dobresengos y de Mesones, es el prólogo de un ambiente que va a acompañar nuestro paso por las cimeras de nuestro recorrido.
No nos va a abandonar el Cuvicente sin ofrecernos una última sorpresa. La cresta que por la que descendemos, quiebra bruscamente. Un escalón de un puñado de metros interrumpe el avance. Un destrepe (IIº) sobre uno de los canalones de la vertiente Norte templa los nervios de una excursión que se había venido desarrollando en los parámetros de la lógica. Superado este escollo la cresta pierde sus perfiles y se abre en abanico sobre las hondonadas de la falda del Jultayu. No nos separamos, sin embargo, demasiado del canto principal. No sólo porque en uno de sus asomos puede verse el enorme ojal que se esconde en los argayos que vierten a Oliseda, sino también porque es la línea de engarce con el vecino Jultayu.
Caemos por toda la falda a la collada intermedia. Más sorprendente que la increíble panorámica que nos abriga es saber que hasta aquí llega un camino de vacas procedente de la majada de Oliseda, un paredón bermejo perdido en el inclinado mundo de playas que resbalan sobre los fondos de la Jerrera, en la vertiente de Caín.
Emprendemos el ascenso a la tercera de las cimas del día, perdiendo la cresta con relativa facilidad. Progresamos por el costado izquierdo de la misma, sin abandonarla nunca como referencia. En una recogida hoyada, descubrimos el Joracao del Jultayu. Un perfecto ojal ovalado que atraviesa la compacta peña. Para llegar al mismo agujero, hay que bajar al pozo que le precede, desde el que se trepa a esta ventana natural, que abarca desde el mismo techo de Torre de Cerredo hasta el profundo pueblo de Caín.
Desde el Juracao se afronta la parte más pindia de la ladera, subiendo casi a plomo a encaramarnos a la arista cimera. Con un ojo puesto en el terreno y otro en el vacío que se abre a nuestros pies, pues el ambiente que nos envuelve nos impide retirarnos los metros de la tranquilidad, coronamos la cima del Jultayu. Esta mole, pese a quedar bastante distante de la barrera de los dos mil metros, es uno de los miradores naturales más frecuentados de los Picos de Europa. Tiene una cualidad que no poseen el resto de montañas de la alineación, y es que el Jultayu marca el extremo de esta columna vertebral del Cornión. Es un vértice colgado sobre el sector más salvaje de la Garganta Divina (o Garganta del Cares), enfrentado al Macizo Central libre de toda barrera natural. Cuando el sol de la tarde ilumina con su fuerza lateral la limpia caliza de Los Urrieles, parece adormecer la razón que nos obliga a volver al valle.
El descenso se realiza por la cresta que mira al Norte, a la Vega de Ario. Nos sorprende un sendero de tierra, jitado y muy pisado. Es la vía normal de la montaña. Una vez al pie de la montaña, empieza un sinuoso recorrido por la boca a los mundos de Trea y del Valle Extremeru. Es precisamente en Las Cruces, al entroncar con el camino de Trea, cuando las marcas de pintura se multiplican. La vereda, que por los lapiaces se hace depender de la señalización, empieza a picar hacia arriba. Del caótico laberinto calcáreo se pasa a una ondulada vega de continuos cencerros y abundante pasto. Las cabañas se apiñan en un rincón de la vega, buscando la ladera de uno de los cabezos de Ario. El Macizo Central refuerza su deslumbrante tonalidad, por el fuerte contraste con este puerto de Onís.
Un sendero muy pisado se encamina al refugio de montaña. Más alto discurre el camino de retorno a los lagos, que camina en dirección contraria.
Se trata de otro camino muy pisado y señalizado. Va girando siguiendo la circunferencia de la Cabeza la Forma. En una llanada lapiaz, encontramos una mesa de direcciones. La tabla redonda superior, es un haz de flechas que nos informan de todas las montañas del entorno. Lógicamente, El Jultayu y El Cuvicente deberían ser las primeras de la lista.
Unos metros más adelante se encuentra El Jito, en el vértice de la meseta en la que nos encontramos. Devola el sendero a una marcada vaguada que reconduce nuestro camino. Es un recorrido cegado entre dos cordales. En nuestra dirección se trazan sendas paralelas, todas estas líneas siguen una sucesión de majadas que apuntan hacia los lagos. Por nuestra izquierda tendríamos el camino que pasa por Las Fuentes (de Onís), Sobrecornova y Ceñal; por nuestra derecha el de las majadas de Combéu y Redondiella, y por el centro, el que nos toca seguir, que baja por Las Campizas y Les Reblagues hacia Las Bobias.
Es necesario hacer este apunte porque hay senderos que entrelazan estas majadas, y han dado lugar a bastantes extravíos.
El sendero baja bastante encauzado y es relativamente monótono. Apunta en algún tramo alguna vaguada de pasto, como la que se desvía hacia Las Fuentes, o la que marca la entrada en Les Reblagues, que cuelga sobre la majada de Combéu.
Una pronunciada cuesta nos baja a la boca de ceñidura del Llaguiellu, donde se desvía otro sendero hacia la majada de Redondiella.
Se cruza el riachuelo, y se afronta un sufrido ascenso, dando vista a esta última majada. Un bosque de hayas crece en terreno eminentemente calcáreo. Una pequeña hoyada precede a la cuenye que da paso a la vega de Las Bobias. En el solitario peñasco de la entrada encontramos la fuente.
El sendero atraviesa todo el costado derecho de la vega, hasta el último grupo de cabañas, donde aún queda algún pastor “haciendo majada”. Se despide el camino, que afronta una larga travesía a media ladera, interrumpida por un par de afloramientos lapiaces, antes de entrar en una serpenteante sucesión de hoyadas. Aún estamos a tiempo de echar la vista atrás y ver los altivos Urrieles convertidos en una minúscula miniatura que refulge en el crepúsculo.
El sendero se tira por una pedregosa cuenye. Rebasa una loma, encajonándose en un reguero terroso de barro, por el que sale escupido a las majadas de La Ercina. Aguanta a media ladera, sin dejarse arrastrar hacia las orillas del lago. Un último bajón, pegado a un contrafuerte de La Llucia, remansa en los pastos de la Tiese, donde está el aparcamiento de los coches y el arranque de los paseos del Parque por los que regresamos al autocar.
La alternativa más sencilla es:
DIFICULTAD:
Baja.
DURACIÓN:
7 horas.
DESNIVEL:
800 metros.
DESCRIPCIÓN:
En el Centro de Interpretación del Parque Nacional, situado cerca del aparcamiento de Bujerrera, se coge una pista de montaña que, doblando en el Mirador del Príncipe (balconada sobre la Vega de Comeya), se encarama en lo alto de la llomba que domina el Lago Ercina.
La pista se adentra en un pequeño valle cegado. En un rincón, buscando la protección de la peña, se resguardan las cabañas de la majada de La Llomba. Su pequeña llamarga ha sido vallada por el parque para evitar que entren las vacas.
Se asciende levemente a coronar la collada que cierra el valle y por la que se pasa a la majada de Belbín, abrigada en el fondo de la ladera, entre los xerros y su modesta morrena glaciar. La majada se divide en dos núcleos. Uno, más disperso, busca el cobijo de la peña, en tanto que el otro se concentra en el centro de la vega. Se está levantando una enorme cabaña, que forma parte del proyecto para fomentar la producción de queso en el puerto con todas las garantías sanitarias. Una quesería en el monte, construida bien en el centro para que se vea bien.
Doblamos el extremo inferior de la morrena, apurando hasta el final una pista moribunda, que se difumina ligeramente en ese rodeo por el contorno de la Vega las Mantegas. Del extremo final de la pista, en la ladera oriental de la morrena, sale un sendero que baja al fondo de la vaguada, lecho seco de campera de la riega de la Güelga.
Seguimos todo el cauce hasta el final, donde encontramos la majada que da nombre a la riega intermitente riega. La fuente está de frente, en la peña, es el último punto, más o menos seguro (porque cada vez fallan más fuentes) de abastecimiento de agua en esta época del año.
Buscamos las veredas que se adentran en la valleja que remonta al Este. Por los xerros que la delimitan por el Sur, se esparce una pequeña mancha de hayedo. En la parte alta de la canal, el sendero se va definiendo. Sale por la izquierda de la cegada valleja, buscando el terreno más suave. Apartándonos ligeramente del sendero, podemos contemplar en toda su extensión la majada de Parres, un grupo de esparcidas cabañas que se refugian en la suave hondonada que forma otra modesta morrena.
Atravesada una solitaria vega, el camino remonta la cuesta del otro lado hacia una collada. No se deja llevar por la configuración del terreno, sino que faldea a media ladera sobre la nueva vaguada que define el terreno, para entrar, entre unos afloramientos calizos, a la majada de Arnaedo.
El sendero nos conduce hacia una de las cabañas de la majada, donde parece desvanecerse. Reconocemos el lugar, pues hace unos años subimos a la alta collada de Sierra Buena, para dejarnos caer a las misma Garganta del Cares. Ahora vamos a desviarnos al Sur, pues nos dirigimos a la Vega de Ario.
En la cabaña de referencia tiramos al Sur. Cuesta arriba, con marcada tendencia hacia la derecha. Prácticamente hasta pegar con la peña no encontraremos el paso por la Cuenye los Corderos, un ceñido pasillo que nos deposita en un jou superior.
Atravesamos el fondo de la campera, y empezamos a subir por la cuesta, siguiendo veredas del ganado. En la parte superior se pierden entre las llambrias, salimos por la derecha, devolando hacia la majada de Moandiello. Las cabañas casi nos pasan desapercibidas, pues sólo quedan unas ruinas arrinconadas en un rincón de la vasta vega.
La redonda llanura apenas la tocamos tangencialmente, para escurrirnos por un pasillo que se dirige al Este. Esta reconducida acanaladura se va difuminando en el costado de una ladera de matorral. En la parte superior nos desviamos totalmente a la derecha (Sur) iniciando uno de los tramos más conflictivos en caso de niebla. Tenemos que ir bordeando una sucesión de hoyadas, siempre buscando mantener esa dirección Sur.
La cumbre más destacada del sector es el Porrón de Moandi, que nos va quedando al Sudeste. El Collao del Burro, por el que tenemos que pasar, se encuentra a la derecha de esta individualizada montaña. Del collado cae el sendero a un apéndice del Jou la Canal. Una campera anexa de la que sale una senda de tierra, que remonta en diagonal los faldones inferiores del Porrón de Moandi. Mantenemos siempre la dirección ascendente, ganando bastante altura. Sin darnos cuenta, entramos casi en llano en la Collada Moandi, depresión de enlace entre la cumbre que le da nombre y la Cabeza las Camapanas. Al otro lado de la collada, descubrimos la recóndita majada de Moandi. Pero nosotros no devolamos la collada, sino que seguimos su comba, y nos desviamos en travesía hacia la derecha, a entrar en un marcado canalón que remonta desde el mismo jou que hemos dejado atrás.
En la parte alta, el canalón se estrecha en una cuenye por la que salimos a terreno más abierto. Nos dejamos caer por las vegas, que se reconducen entre la Cabeza de las Campanas y la deformada Cabeza la Forma. En plena sucesión de camperas, pasada una con una pequeña torca, se deja el fondo de unas hoyadas que se vuelven tortuosos microrrelieves, para ir ganando altura, cortando la ladera en diagonal. Tenemos que colarnos entre la depresión que se engarza la Cabeza la Forma con la Cabeza Joulagua. Devolando esta collada, por cualquier punto, ya se nos muestra en toda su belleza la Vega de Ario. Entramos por el extremo del refugio, quedando la majada en la parte opuesta, en la ventana que se abre hacia los altivos Urrieles.
La Vega de Ario está delimitada por tres cabezas: la Forma, al Oeste, y la alineación Cabeza Joulagua y Cabeza el Covu, al Este.
Los más andarines pueden subir a cualquiera de estas cumbres. Existe, sin embargo, una montaña más apartada, que puede considerarse uno de los mejores miradores de la Garganta del Cares. La ascensión (por no decir el descenso) a la misma se recomienda a todos aquellos que estén habituados a caminar. Aún quedan unas dos horas y media para regresar al autobús y no conviene agotarse subiendo montañas.
Para poner el pie en la Cabeza la Llambria, estamos obligados a subir primero a la Cabeza el Covu (1.710 m.), que es la montaña en cuyo pie se amontonan las cabañas de Ario. Seguimos unos metros la cresta, donde encontramos una senda de las cabras, dobla por el costado izquierdo de una peña, para pasar a una collada de campera, al lado mismo de la cima de la Cabeza El Verde (1.719 m.).
¿Y la Cabeza la Llambria? Es la proa de buque que penetra sobre los abismos del Cares. Bajamos toda la cuesta oriental de la Cabeza el Verde, a una collada colgada sobre un mundo de abrigos de las cabras sustentados en los abismos del Valle Extremero.
Por un laberinto de llambrias, nos abrimos camino para coronar los 1.658 m. de la Cabeza la Llambria. Si bajamos por el canto unos metros hacia los abismos del Cares, incluso llegaremos a ver la majada de Ostón, donde la pastora Presente subió a “hacer majada” hasta pasados los noventa años. Desde esta atalaya de la Garganta Divina poco podremos envidiar a nuestros compañeros del Jultayu. Sólo recordar que para volver a la Vega de Ario, nos queda un buen repecho para recuperar la altura perdida, pues esta montaña es la más baja del entorno de Ario.
El regreso al autocar lo haremos por el camino normal de la Vega de Ario, que es el que seguirán nuestros compañeros cuando bajen del Jultayu.