PUNTO PARTIDA:

Fuente Dé (1.080 m.). Se sube en el teleférico hasta el Mirador del Cable (1.834 m.), que será el punto de partida.

DIFICULTAD:

Difícil.

DURACIÓN:

6 horas.

DESNIVEL:

800 metros.

CARTOGRAFÍA:

Adrados. Picos de Europa. Macizos Central y Oriental. Escala 1:25.000.

DESCRIPCIÓN:

En Fuente Dé cogemos el teleférico, que nos deja por encima de los mil ochocientos metros. En la misma estación del Cable (estación superior), llega el extremo de una pista. Toda la aproximación a las montañas de la jornada se desarrolla, dejado el teleférico, por pistas mineras y caminos de la realeza. Los mineros subían a extraer la riqueza de las entrañas de la montaña; los reyes a cazar a los dueños de la alta montaña, los rebecos.

En la Horcadina de Covarrobres nos sumamos a la pista troncal, procedente de los Puertos de Áliva. No hace falta llegar a la misma horcada, sino que un sendero permite atajar a unos metros del cruce.

Paseamos por las faldas de pedriza precipitada desde las verticales paredes de Peña Olvidada, contrafuerte vasallo de Peña Vieja. Toda esta ladera de rocas y gravera va rodando hasta los Lagos de Lloroza, una sucesión de irregulares pozas, unas resecas, otras formando los desiguales lagos, que se van alineando hacia la cabecera de la vaguada.

La Vueltona es la revuelta que envuelve el Norte de la vaguada de Lloroza. Coches aparcados, abundante señalización y gente, mucha gente. Pocos siguen la pista, que se encamina, en ascenso, hacia el Collao de Fuente Escondida, trepando hasta las minas de las paredes de la Torre de Altáiz. La mayoría de la procesión coge el camino de Horcados Rojos, siguiendo el pequeño recorrido del Parque Nacional.

Todas las lleras que va faldeando el camino, quedan vertebradas por argayos precipitados de las Penas Vieja y Olvidada, y el apéndice de la Torre de las Coteras Rojas. Imponentes paredes tajadas por viras, chimeneas y canalones. Ladera abajo, la pedrera salta sobre el Jou Sin Tierra. Al otro lado de la depresión que se va apuntado durante el ascenso, contemplamos el Pico San Carlos, con el contrafuerte de la Torre de Altáiz. Esta montaña da muerte al cordal que, desde la misma Torre del Llambrión, va apartando los pastos de altura de las cimeras de Asotín, de los desiertos sin vida de los Hoyos Engros y Sin Tierra.

El camino busca una collada en las faldas de los Picos de Santa Ana. Hasta que coronemos la collada la subida es continua, salvo un tramo intermedio de falso respiro. No nos detenemos en buscar la fuente (pasando las redondas pétreas a la derecha de este descanso), pues, por lo avanzado del estío, pocas esperanzas hay de verla manar y, al mismo tiempo, esconderse.

Ganada la collada, dos tercios (si no más) de los caminantes han salvado casi toda la altura. El resto tiramos a la derecha. No atendemos a un aspa de dirección equivocada, abandonando las marcas que continúan hacia Horcados Rojos. Tampoco era necesaria la pintura, pues el camino muriado de la realeza hace difícil perderse (que no imposible, porque hay gente que se pierde en el armario de su casa).

Los largos tornos del camino, con sus respectivos atajos, remontan hasta la entrada de la Canalona. Este breve embudo, de muros destrozados por el paso del tiempo y de la nieve, corona los 2451 m. del Collao la Canalona. Los abismos de Peña Vieja que nos atenazaban durante el camino, se tornan aquí menos agresivos. Su cumbre no deja de ser altiva, pero presenta un flanco que la hace apetecible.

Ensimismados con la próxima conquista, no observamos la otra cumbre del día. Los Picos de Santa Ana quedan justo a nuestra espalda. Precisamente de su primera cumbre, se desgaja la aguja de La Canalona, que fuimos viendo en esta parte del ascenso.

Nos dirigimos en primer lugar a Peña Vieja. El sendero atraviesa, a media ladera, la Torre de las Coteras Rojas, apenas un apéndice del crestón que camina a Peña Vieja. Toda la ladera vierte a un enorme hoyo lunar, las Coteras Rojas, por donde asciende la vereda que viene de la Canal del Vidrio.

El sendero se tropieza, sin darse cuenta, con la cresta. Bonita imagen, a vista de pájaro, sobre Lloroza. Enseguida deja la compañía de las balconadas, para ascender por una grijera deslizante hacia el centro inferior de la montaña. Puestos en la vertical de la cumbre, “sólo” nos queda subir por un terreno pindio y descompuesto, que alterna el grijillo con la llambria (Iº).

Peña Vieja (2614 m.) es la Señora de Áliva, encarnación pétrea de la imagen, que durante el verano, sube a deleitarse con los cencerros de los ganados de los puertos lebaniegos. La Santuca de Áliva, descansa en la ermita de Nuestra Señora de La Salud; pero su corazón acoge a los moradores del puerto, desde la cima que planea sobre los abismos de Áliva.

La bajada de Peña Vieja es más delicada, por nuestra prudente precaución, que por la dificultad técnica de la vía normal en sí. Regresados a la Collada de la Canalona, afrontamos el ascenso a las cumbres del otro lado de la misma. La cumbre principal de Santa Ana queda oculta por la que tenemos a nuestro alcance.

En la collada cogemos el sendero que, a media ladera, corta en diagonal la falda de la cumbre secundaria de Santa Ana. El objetivo trata de alcanzar el Collao de Santa Ana (2503 m.), depresión incardinada entre los Picos de Santa Ana y los Tiros Navarros. Ambas cimeras han perdido altura con la última revisión del IGN (Instituto Geográfico Nacional), quedando a un escaso metro de la barrera de los dos mil seiscientos. Forman el extremo del cordal que se dirige, pasando por la Collada Bonita, a Peña Castil, cerrando la cabecera del Valle de las Moñetas.

Desde la collada hasta la cumbre principal de Santa Ana (2599 m.) ha de efectuarse una diagonal de segundo grado (IIº). Esta cima es la antesala de la Torre de los Horcados Rojos, iniciando el cordal que envuelve el Jou de los Boches.

Por la cresta podemos pasar a la cumbre secundaria (2595 m.), por la que se vuelve a la Collada de la Canalona.

El retorno sigue la caravana de montañeros, turistas y engañados que trajimos en el ascenso.

Alternativa

DIFICULTAD:

Fácil.

DURACIÓN:

4 horas y 30 minutos.

DESNIVEL:

150 m. en ascenso, y 1000 m. en descenso.

DESCRIPCIÓN:

El Cable, estación superior del teleférico de Fuente Dé, está colgado sobre el canto del farallón que cierra el circo de Fuente Dé. Deberemos orientarnos por la línea de corte en dirección Este. En esta zona los farallones van fundiéndose con los cabezos de los Puertos de Áliva. Estamos en una zona de transición entre vertical y campera.

Sólo tocamos la pista de nuestros compañeros en los primeros metros. En un par de arcos, saltamos (o mejor, pasamos por debajo) la alambrada que impide el paso del ganado a los mundos de Fuente Dé.

Una vereda flanquea sobre el cuenco superior de la Canal del Hachero. Breve tramo calizo que nos lleva a la collada de inicio de estos cabezos del puerto, que lo delimitan por el extremo Sudoccidental. Cabalgamos al Este por esta ondulación de romos cabezos, pasto y taludes terrosos.

Frenamos en la collada previa al Cueto Redondo (1914 m.), cuya ascensión es opcional. En la collada cogemos un sendero, a contramano de la dirección que traíamos, que desciende al Collao Valdecoro (1784 m). El collado forma la depresión que desgaja los Picos de Valdecoro de estos cabezos de Áliva y del extremo del vasto farallón del teleférico.

Un sendero faldea en dirección a uno de los Picos de Valdecoro (1816 m.), balcón privilegiado de la cabecera del alto Deva, en el Valle de Camaleño (Liébana). Los pastos del collado se tornan en la cima en auténticas paredes de escalada. Aunque las vías más recorridas sean las del pico inferior, en los contrafuertes que frenan el avance del bosque por esta zona de Espinama.

En el Collao de Valdecoro se forma una vaguada ceñida entre los Picos de Valdecoro y las peñas del Redondo. La ruta prosigue bajando por todo el valle, saliéndonos por la izquierda del embudo final. Las aguas que han ido surgiendo por las entrañas de la vaguada, van formando una rieguca que salta en cascada sobre los bosques de Espinama.

Doblando el canto, la senda pasa el Prao Bustiello, en las faldas sureñas del Cueto Redondo. Esta campera es un oasis en una ladera de matorral, adornado con un cuarto de puñado de dispersos arbustos. Enfrente contemplamos el Casto Cogollos, en el extremo del Macizo de Ándara. Sus laderas vierten al río Nevandi, cuyas aguas riegan las praderas de los Invernales de Igüedri, por donde atraviesa la pista que baja del Puerto de Áliva a Espinama. Dichos invernales están ubicados en la boca del puerto, a unos metros de las Portillas de Áliva, que cierran el puerto en la angostura del Boquerón.

El camino se dirige en flanqueo hacia la cuenca del Nevandi. Al otro lado vemos la concurrida pista. No hace falta llegar al río, ladera abajo, entre matorral, y pegados a un bosquete de avellanos, caemos a una pista secundaria que viene de los invernales.

No tocamos el río Nevandi, prácticamente al lado, sino que le damos la espalda. Iniciamos un agradable paseo por la pista. Entre los contrafuertes del pico inferior de Valdecoro vemos, cuando los árboles nos lo permiten, el sombrío salto del Aguasel (cascada que corta el paso por la vaguada que descendimos). Dos ramales bajaban a Espinama, pero la última vez que pasé, ya estaban tomados por la maleza. Así que continuamos el paseo en llano. El bosque gana protagonismo, aunque los riscos puntiagudos de Valdecoro nos ofrecen sus regalos. Una canchal a punto de ser engullido por la exuberante vegetación, quiso, en otro tiempo, reclamar los dominios de la roca sobre el monte.

El paseo se interrumpe con brusquedad. Un rápido giro de la pista nos baja precipitadamente a las praderías de Tobín. La pista pasa al lado de la cabaña. Hito que marca el cruce de caminos. La pista principal sigue con su descabalada bajada en dirección a Espinama. Pasada la cabaña, a la derecha, un ramal secundario sale en llano entre una alameda de avellanos que separan el camino de las praderas. Retomamos, pues, el paseo tranquilo por el hayedo.

Pero en Liébana hay pocas zonas llanas. Tarde o temprano, nos acechará un brusco descenso (metidos en el bosque, eso sí, pero la bajada será inminente).

La pista baja lindando los límites del Parque Nacional de los Picos de Europa. Una pista nos llega por la derecha, nos unimos a ella y continuamos el descenso. Otro ramal entra a nuestra izquierda, sin trascendencia. El fondo del valle ya se intuye; quizás por las torretas que acompañan los últimos metros del camino.

La pista mece en la carretera del teleférico, a escasos metros del cruce de Pido. La pista que sube al circo de Fuente Dé se coge en el pueblo de Pido, vecino de Espinama. Cerca del pueblo hay una quesería, de ahí que se haya asfaltado toda la pista. En todo caso podemos optar por seguir el asfalto de la quesería o el asfalto de la carretera de Fuente Dé (ambos se unen algo más arriba).

Compartimos el trayecto con los coches, pero sólo hasta el kilómetro 22. Pasada la señal que indica este punto kilométrico, entramos por una pista (a la derecha) que libra los quitamiedos de la carretera. Suave descenso al antiguo monasterio del Naranco. Escondido entre sus fincas y bosques del alto Deva; aunque vigilado con menosprecio desde la atalaya del mirador del Cable.

El río Deva salta sobre la pista; nosotros saltamos sobre el río. La pista remonta sobre el río, separándose bastantes metros de su cauce. Mantenemos su referencia, pero nos imbuimos más en las sombras del bosque, que en el susurro del naciente Deva.

El bosque, con disgusto, empieza a ceder ante el empuje del pastizal. Torretas de la luz, restaurantes y banderas también ganan la partida al monte. Al final asistimos al nacimiento del Deva, no sé si con ilusión o con desánimo. Las llamargas donde brota el amante del río Cares, despiden el olor fétido de los desagües del Parador Nacional.

La incivilización ha llevado a construir en Fuente Dé un atrayente complejo turístico. Mas Fuente Dé, no es el teleférico, sino las fuentes de un río que deslinda uno de los costados de los Picos de Europa. Allí, entre la fétida llamarga, nace uno de los más hermosos ríos de la Cordillera Cantábrica. Las fuentes del Deva [Fuente Dé(va)] pasan desapercibidas entre el barullo del turismo.